En la sala solemne donde los relojes parecían detenerse, Napoleón Becerra García, candidato del Partido de los Trabajadores y Emprendedores del Perú, estampó su firma en el Pacto Ético Electoral. No fue un gesto burocrático: el aire se llenó de presagios, como si los muros del Jurado Nacional de Elecciones se transformaran en un antiguo templo andino, donde cada palabra pronunciada resonaba como un eco en las montañas.
La ausencia de algunos partidos fue percibida como un silencio que dolía. Becerra, con voz firme, declaró que quienes no acudieron habían faltado al respeto al pueblo, y que la verdadera sanción vendría del juicio de los votantes. En su relato, los ausentes eran sombras que se desvanecían en la plaza pública, incapaces de sostener la mirada de la ciudadanía.
El saludo a los migrantes peruanos se convirtió en un abrazo que atravesó fronteras. Napoleón evocó a los compatriotas dispersos por el mundo como guardianes de la memoria nacional, embajadores de un Perú que, con sus 85 microclimas y cuencas aún dormidas, guarda un potencial inagotable. En su visión, los migrantes eran como cóndores que vuelan lejos pero siempre regresan a la cordillera.
El respeto a las normas fue narrado como un acto de fe en el Estado de derecho. “Aunque las leyes estén mal dadas, deben cumplirse”, dijo, y en ese instante las letras de la Constitución parecieron flotar en el aire como hojas de coca, recordando que la política es también un ritual de responsabilidad.
El inicio de la campaña fue anunciado como una peregrinación hacia el norte: Chimbote, La Libertad, Cajamarca, Lambayeque. Cada ciudad se convirtió en un escenario mítico donde el candidato prometió enfrentar la inseguridad ciudadana en seis meses, convocando a 200,000 licenciados y a las rondas campesinas, como si fueran héroes de una epopeya colectiva.
La seguridad ciudadana emergió como el núcleo de su propuesta. Napoleón la describió como una batalla que no requiere magia, sino decisión política. Las leyes ya existen —dijo—, pero han dormido bajo gobiernos sin voluntad. Su visión es despertar ese sistema nacional de seguridad, articularlo con las instituciones tutelares y con la fuerza ancestral de las rondas campesinas. En su relato, los licenciados convocados se transformaban en guardianes míticos, protectores de los emprendedores y trabajadores que hoy sufren bajo el acecho del sicariato. “En seis meses podemos acabar con la inseguridad”, afirmó, como si invocara un llamado a la unidad nacional.
En este primer acto electoral, Napoleón Becerra no solo firmó un pacto: abrió un portal simbólico hacia la unidad del pueblo. Entre palabras y silencios, entre ausencias y presencias, la política se volvió un relato mágico donde los votantes son los jueces, los migrantes los mensajeros, y el Perú entero un territorio de posibilidades infinitas.
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